Diariamente me preguntaba: ¿Vale la pena sufrir por
este amor que no me pertenece? Sabía perfectamente la respuesta y también era consciente que lo prohibido tiene un sabor especial. Era una locura cargada de
deseo y pasión aferrarme a este amor vedado que, con el tiempo, se me hacía
imposible conservarlo arcano.
De ningún modo en mi vida cavilé vivir instantes saturados
de intensidad en los cuales este chico de 1 y 60 me diría cosas tan hermosas.
Todavía repaso aquellas encantadoras oraciones como si fueran un eterno eco que
se hace presente en mi corazón.
Inmortalizo ese fugaz minuto donde confesó que sentía
sensaciones que creía haber perdido; que le devolví la sonrisa; las ganas de
estar bien en una relación. Sentir ese calor correr por mis venas era
considerar una minúscula posibilidad, aunque en el mundo real no lo fuera.
Que este chico de 1 y 60 haya exteriorizado que soy
lo más hermoso que experimentó en mucho
tiempo, era sentir que mi cuerpo levitaba entre nubes y mi corazón se llenaba de felicidad y ternura
en estado puro.
Le resultaba magnífico vivenciar lo que nos pasaba
cuando estábamos juntos; en consecuencia, este sueño se tornó en un martirio porque
no teníamos dominio de este amor; porque este dominaba todo.
Pero hubo dos palabras que hicieron que deje de lado
lo furtivo y lo extático y que solo lo mirara a los ojos, lo abrace y lo bese
como si el mundo se extinguiera en segundos. Mi cuerpo exigía de él y de esa
imagen auditiva en todo momento, era una necesidad sublime. Todo ello generó un
simple “Te quiero”.
Aunque ya no estemos juntos y hayamos tomado caminos diferentes, el chico
de 1 y 60 valió la pena y sé que nos empeñamos para que esta historia prohibida
así lo fuera.