Temes lo que puede traerte el mañana?

No te adhieras a nada, no interrogues a los libros ni a tu prójimo.

Ten confianza;

de otro modo, el infortunio no dejará de justificar tus aprehensiones.

No te preocupes por el ayer: ha pasado...

No te angusties por el mañana: aún no llega...

Vive, pues, sin nostalgia ni esperanza:

tu única posesión es el instante

Omar Khayyam Rubahyiat

martes, 26 de abril de 2011

Misterio en viaje

No fue suficiente para Damián correr aquellas empinadas calles, evitando la distraída muchedumbre, que en su pesado andar, ignoraba por qué la desesperación de este hombre. A cada segundo volvía a mirar sobre sus hombros, buscado a sus cazadores. Era imposible distinguirlos entre tanta gente, sin olvidar que la ciudadela festejaba su primer centenario.
Se preguntaba por qué él; ¿Por que tanta necesidad de atraparlo, correrlo, intimarlo? ¿Tan importante era ese manuscrito? ¿Qué relataba ese papel? ¿Como descifrar la lengua Quechua? ¿Realmente era un manuscrito o era simplemente un escrito? Quizás hasta todo era una gran confusión…
Prontamente, reconoció que se encontraba en medio de una plaza rodeada por negocios típicos del lugar: La Plaza de Armas. Los turistas abundaban con sus cámaras fotográficas, niños bailando danzas típicas, mujeres ostentando soberbiamente sus coloridos trajes y todos mimetizados con la energía y tranquilidad que Qosqo ofrece a cada hombre. Sin embargo, Damián se sentía desencajado.
Pálido, realizó un vistazo panorámico buscando a sus perseguidores pero no los encontró. Ingresó a una tienda de tapices y tejidos fingiendo interés por lo que allí vendían. Mientras recuperaba el aliento, continuó mirando hacia la calle. Los había perdido de vista.
Siempre fue conciente del tiempo; estuvo corriendo durante cuarenta minutos sin reposar. Necesitaba recomponerse y tomar agua, mucho más cuando se encuentra a más de tres mil metros sobre el nivel del mar. Luego de unos prolongados minutos, concluyó resolver de qué manera podía regresas al hotel en el cual se hospedaba. Eran las 18:46 de la tarde y el sol se estaba despidiendo de un ventoso día de marzo.
El taxi lo dejó en la puerta del Ecco Inn Hotel. Al ingresar a su habitación, encendió la televisión, se sentó en la punta de la cama y con el manuscrito en la mano comenzó a recordar a sus dos perseguidores. Los mismos estaban recorriendo el Korikancha cuando se toparon con Damián. Estaban vestidos de negro con sobretodo de la misma tonalidad, a pesar de la discreción del color, llamaban mucho la atención.
Mientras visitaban el Templo del Sol, estos sujetos lo miraron fijamente buscando la atención de Damián. Este entendió el mensaje y se dispuso a caminar velozmente por la majestuosa fortaleza. Sabía bien que el documento que le había encomendado su tía en Panamá poseía una preeminencia desconocida hasta ese momento.
Frida, su tía, le relataba cuentos y fábulas sobre aventuras en la selva, hombres que trabajaban en la montaña, grandes familias que realizaban danzas y festejos al sol y de grandes construcciones imperiales de los reyes. Tenía una habilidad admirable para describir magníficamente cada escena; su relato se hacía fascinante y Damián nunca quería que terminara.
Cuando se enteró que viaja a Qosqo por vacaciones, Frida le obsequió una pequeña caja de madera. En cuyo interior acaecía una hoja de papel deteriorada por el tiempo, amarillenta, con los bordes desgastados y estaba escrito en una lengua que no era familiar. Su tía le revela que es un manuscrito escrito en quechua, una lengua casi olvidada.
Damián no entendió el fin de la dádiva. Frida, con una sonrisa dulce casi escalofriante y mirada lejana le comentó que cuando esté en Choquequirao y haya logrado descifrar lo que en esa hoja reposa, entenderá la razón de ser y la misión de la vida. Su sobrino la observó sin entender. ¿Qué puede deducir un chico de diecinueve años sobre la vida cuando su principal objetivo es divertirse y recorrer el mundo con una mochila a sus espaldas?
Comenzó a llover torrencialmente y volvió al hotel. Temblando abrió una botella de agua y salió al balcón a tomar aire. Sabía que lo perseguían por el manuscrito. De hecho, uno de los hombres, durante la persecución, le gritó que si no entregaba ese documento lo decapitaban. La piel de gallina se adueño de su cuerpo, comenzó a sudar de desesperación, sus ojos desorbitados miraban a ningún lado buscando una solución.
De repente llaman a la puerta. Despavorido preguntó quien era, y su tranquilidad retornó al saber que era el servicio a la habitación. Mientras comía su sándwich de pollo y palta notó que se habían olvidado de su gaseosa, llamó de nuevo para reclamarla y le dijeron que en minutos subían a llevársela.
En menos de lo pactado la puerta volvió a sonar. Esta vez el golpe fue pausado e inhumano. Damián se levantó de la silla y en el trayecto la llamada volvió a aparecer pero en esta ocasión fue impía y aterradora. Resonó en toda la habitación como si cada rincón coreara la eufonía en un eco espectral. Mientras giraba el picaporte, del otro lado de la abertura, logró escuchar a dos sujetos que hablaban en un idioma inaudito.
Convulso abrió la puerta y sus ojos se dilataron más de la cuenta empapados de terror. Rígido frente a sus perseguidores atinó a cerrar la entrada de su habitación. Entre forcejeos, sus manos completamente sudadas se resbalaban del picaporte y como consecuencia cayó al suelo de espaldas.
Con guadaña en mano, uno de los perseguidores lo observó con detenimiento y cáusticamente le reveló que era el momento de entender la misión de la vida. La sonrisa en su pálido y huesudo rostro era la misma dulce casi escalofriante mueca que su tía solía tener cuando le revelaba un futuro acontecimiento.
Un grito desgarrador y sombrío se adueñó del lugar. El silencio, con su lado más oscuro se hizo presente durante toda la noche y la lluvia cada vez más torrencial, inundó la ciudadela. La gaseosa nunca llegó a la habitación.

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